domingo, 2 de octubre de 2016

ENEMIGOS DEL DIÁLOGO

IMPEDIMENTOS PARA DIALOGAR
Niceto Blázquez

             Los tres mayores enemigos del diálogo son la sordera, la mala voluntad y la senilidad. Dialogar significa hablar alternativamente unos con otros  y no todos a la vez. Hay que hablar unos antes y otros después de forma alternativa y no a barullo. El antes se refiere a la necesidad de escuchar al otro con interés por lo que dice sin prejuicios infundados ni interferencias impertinentes. El después se refiere a la alternancia en el hablar. Lo opuesto al diálogo es el monólogo, que tiene lugar cuando habla uno solo imponiendo sus puntos de vista a los demás. Dicho lo cual, cabe añadir lo siguiente.  
           Un obstáculo muy serio para que el diálogo pueda ser llevado felizmente a cabo es la deficiencia auditiva de quienes se sientan a dialogar. La sabiduría popular expresa fielmente este fallo cuando resume los resultados de un diálogo con la expresión: “esto es o fue un diálogo de sordos”. O lo que es igual: inútil o contraproducente.
            Pero el diálogo tropieza también con un obstáculo aún mayor cuando no se trata ya de dificultades orgánicas para oír e interpretar correctamente lo que se oye decir, sino de mala voluntad para escuchar. Está sordo sí, suele decirse, pero sólo para lo que no quiere oír o no le interesa. Cuando la mala voluntad para escuchar tiene lugar por ambas partes, el proyecto de diálogo puede terminar en una discusión violenta si no en guerra campal.
          En los casos más extremos la sordera orgánica y la mala voluntad se juntan. Cuando esto ocurre lo mejor es ni siquiera intentar dialogar. El solo intentarlo puede ser una pérdida de tiempo. ¿Para qué hablar cuando, por una razón o por otra, no es posible entendernos?
        En estos casos resulta más prudente y práctico hablar con la elocuencia del silencio respetuoso, unas veces para consentir en lo que oímos y otras para disentir. Eso de que el que calla consiente, no siempre es verdad. Muchas veces la mejor manera de rechazar una opinión ajena es bloquearla con un elocuente silencio. El que calla consiente o disiente. Aquí se cumple aquello de que no hay mayor desprecio que el no hacer aprecio.
          Tampoco es posible dialogar con éxito cuando no hay respeto ni aprecio al interlocutor, personal o colectivo. Mala es la sordera orgánica, pero mucho más lo es la falta de respeto a las personas con las que se trata de dialogar.
      Y digo falta de respeto a las personas que no al desacuerdo y rechazo de opiniones dudosas o formas de conducta honradamente inaceptables dentro de los parámetros de lo justo y razonable. Sólo las personas son sujeto propio y natural de respeto; no las opiniones o puntos de vista divergentes. Por lo mismo, el rechazar razonablemente una opinión no significa faltar al respeto a las personas cuyas opiniones no compartimos. Igualmente, el respeto a las personas no significa que hayamos de comulgar con ruedas de molino aceptando opiniones falsas o carentes de razón.
      El tercer obstáculo grave para dialogar es la senilidad. La edad avanzada produce estragos irreparables en nuestra capacidad para conocer y comprender las situaciones y circunstancias cambiantes de la vida. La senilidad se refiere principalmente al envejecimiento de la  inteligencia y la vejez sin más se refiere al envejecimiento del cuerpo. Pero aquí hay que hacer una observación muy importante para no pillarnos las uñas.
           Lo ideal sería que el envejecimiento mental y el corporal fueran a la par pero eso tiene lugar muy pocas veces. Lo más corriente es encontrar personas corporalmente envejecidas y mentalmente jóvenes y lúcidas. O al contrario, corporalmente jóvenes y mentalmente seniles. Pero no es mi propósito entrar a explicar aquí está dinámica tan compleja del ser humano sino sólo destacar el hecho como elemento a tener en consideración a la hora de programar un diálogo útil y constructivo.
          Los diálogos irónicos o divertidos, que muchas veces tienen lugar, ponen en evidencia lo necesario que es dialogar y lo difícil que es al mismo tiempo dialogar correctamente escuchando lo que otros nos dicen o nos quieren decir. Para que un diálogo resulte aconsejable y constructivo hay que chequear primero nuestros oídos, nuestra buena voluntad y nuestro estado de senilidad o envejecimiento mental.

       Un caso de antología, entre infinidad de otros, para desarrollar el significado de esto que termino de decir, podría ser el espectáculo de los líderes del partido socialista español dialogando para derribar al líder primario y de mala voluntad Pedro Sánchez. De estos obstáculos para dialogar saben mucho los otorrinos, los sicólogos y los moralistas. Niceto Blázquez Fernández.